Ante la situación presentada en las entradas anteriores, el texto de Jackson entra finalmente en las propuestas de cambio. Según este autor, debemos reflexionar profundamente sobre el
significado de la prosperidad y sobre la idea de que ésta se vea
garantizada por una economía basada en el crecimiento. Buscar la
prosperidad debe ser un proyecto compartido para lograr el
florecimiento de las capacidades humanas. La
prosperidad no se basa sólo en el bienestar material. No hay una relación
estricta entre el nivel de ingreso y el nivel de florecimiento; en
algunos países, a partir de una fracción mucho menor de PIB per
cápita, se logran niveles significativos de florecimiento. Una vez
superado un nivel de cobertura de las necesidades materiales básicas,
hay otros factores que inciden en ella. La prosperidad se sustenta en
aspectos como la salud física y mental, el acceso a la educación y
la democracia, la confianza, la seguridad, el sentimiento de
comunidad, las relaciones sociales, un trabajo gratificante y la
posibilidad de participar en la vida social. Las estructuras
consumistas de las economías basadas en el crecimiento incentivan
lógicas perversas de competitividad social y penalizan y exigen
importantes sacrificios a las personas que quieren actuar de una
forma más sostenible.
Estas
consecuencias perjudiciales de las economías basadas en el aumento
de la demanda y la conciencia de la existencia de límites ecológicos, exigen cambios estructurales para
redirigir nuestra prosperidad y favorecer el florecimiento por
caminos más adecuados ecológicamente. Jackson plantea que es necesario alcanzar una economía
estable sin crecimiento, para lo cual es necesario tomar medidas
profundas en tres ámbitos principales:
1) Establecimiento de los límites ecológicos.
Se
deben poner metas de limitación y reducción del desgaste de
recursos y de las emisiones de carbono. Esto debe ir acompañado de
una reforma fiscal ecológica que penalice los “males económicos”
(la producción de contaminación) y reduzca las cargas impositivas
sobre los “bienes económicos” (por ejemplo, ingresos). Dado que
los países con economías avanzadas han tenido una mayor
responsabilidad en el agotamiento de las fuentes y el aumento de los
sumideros, es necesario que se dé un apoyo a las economías en
transición para que puedan avanzar en esta línea de desarrollo
sostenible.
2) Recomposición del sistema
económico.
Para empezar, se debe pensar una macroeconomía
ecológica, que dé cuenta de cómo funciona una economía con
capacidades limitadas de emisiones y desgaste de recursos, y corregir
la contabilidad nacional. El PIB está muy limitado en estos dos
aspectos, pues no atiende a los daños ecológicos y sociales de la
actividad económica y además invisibiliza importantes actividades
como el trabajo doméstico, los cuidados o el trabajo voluntario. La
valoración de la productividad laboral debe ser revisada pues tiende
a reflejar perjuicios en sectores donde lo fundamental son las
interacciones humanas. La productividad del capital también debe ser
reconceptualizada, pues la nueva situación exigirá cambios en las
formas de inversión y rentabilidad. La actividad económica exigirá
inversiones en infraestructuras, empleo y activos con objetivos
ecológicos. Esto requiere de un mayor peso del sector público en
busca del beneficio común y de que se dé importancia a rentabilidades que
van más allá de lo puramente monetario (rentabilidad social,
ecológica...). También se debe aumentar la prudencia financiera y
fiscal, evitando los excesivos niveles de endeudamiento y controlando
la actividad financiera a nivel nacional e internacional.
3) Modificar la lógica
social consumista.
Esto exige una modificación de las políticas de
trabajo, favoreciendo el reparto del trabajo y la flexibilidad en el
tiempo de trabajo. La distribución del trabajo es una de las formas
de hacer frente al desempleo derivado de la disminución de la
productividad laboral en épocas de crisis. Se deben promover medidas
para resolver el problema de la desigualdad social sistémica y
restringir la transmisión institucional de la cultura consumista
(por ejemplo, limitando el nivel de publicidad o reforzando la
durabilidad de los productos y evitando la obsolescencia
planificada). Asimismo, se debe fortalecer la cohesión social y la
formación de vínculos comunitarios a través de la promoción de lo
público (espacios públicos, bibliotecas, reducir la movilidad
geográfica de la mano de obra...) y tener en cuenta indicadores de
florecimiento en los análisis de los países.
Para llevar a cabo este cambio de rumbo
el sector público debe tener un papel central, lo que exige un
replanteamiento de su significado, de sus funciones y del tipo de
actividad que lo ha caracterizado en las últimas décadas.
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