lunes, 16 de julio de 2012

Las consecuencias de la sociedad de consumo de masas


El libro de Jackson ofrece una crítica muy completa de la sociedad de consumo. El autor no sólo atiende a las consecuencias sociales, económicas y políticas que ha tenido el crecimiento apoyado en el consumismo, sino que también analiza cómo ha afectado a las relaciones sociales y a las personas, esto es, cómo se ha visto transformada nuestra subjetividad. En esta entrada voy a apoyarme en su texto y en otros para valorar las principales consecuencias sociales, económicas y políticas de la sociedad de consumo. 
Los gobiernos están encerrados en la promoción del consumo y eso ha hecho que pierdan parte de su papel como garantes del bien común. Además, la ideología neoliberal ha marcado precisamente una lucha por la restricción de la intervención del Estado sobre la actividad económica (1). Al amparo de esta ideología se ha justificado la reducción de la capacidad financiera de los Estados, a través de las privatizaciones de todo tipo de empresas públicas (incluidas aquellas de sectores estratégicos como los relacionados con la energía) y la limitación de ingresos fiscales, por ejemplo mediante reducciones de impuestos de sociedades, mantenimiento de “paraísos fiscales” (2) y falta de control sobre las transacciones financieras. De esta manera, se ha generado una dependencia de la financiación estatal en los mercados bursátiles (3). En consecuencia, la capacidad económica de los Estados se ha visto muy reducida y hay distintos agentes económicos (por ejemplo, multinacionales) que pueden tener mayor capacidad financiera que la de muchos países. En este contexto económico los márgenes de acción de los Estados están muy restringidos a la hora de garantizar el bien común o diseñar políticas económicas (4). En los gobiernos democráticos dentro de los Estados modernos, se ha planteado desde distintos ámbitos la existencia de un “modelo neocorporativo”, lo que implica el peso de organizaciones procedentes de la esfera productiva en la toma de decisiones políticas (5). Lobbies de muy diversos tipos, pero principalmente pertenecientes a grandes empresas, tienen una influencia decisiva en los parlamentos. Por ejemplo, según el partido Iniciativa per Cataluya Verds (ICV), en el Parlamento Europeo hay 4.435 lobbistas acreditados con pleno acceso a las sesiones de comisiones y los plenos, y en la Eurocámara la proporción es de 6 lobbistas por eurodiputado/da. Este partido señala además que el 70% de los lobbies que actúan en Bruselas representan los intereses de grandes empresas (6).
Siguiendo estos argumentos, creo que no estamos hablando entonces sólo de un problema de gobernanza en un sentido conceptual, como quizás plantea Jackson, sino de que hay un problema de gobernanza en el sentido amplio de la capacidad de acción de los gobiernos. Los Estados no sólo han pasado a pensar menos en el bien común, sino que de hecho su capacidad para maniobrar aisladamente en esta línea está muy limitada. Esto debe ser tenido en cuenta en el planteamiento de medidas efectivas para replantear la cuestión del crecimiento.
Una última consecuencia que es necesario destacar de la economía sustentada en el consumo es la excesiva producción de bienes materiales, con el consecuente desgaste progresivo de las fuentes y aumento de los sumideros. Los problemas ambientales que van llamando nuestra atención constituyen un elemento que por sí mismo debería hacernos replantear y reconfigurar nuestro modelo de desarrollo.


(1) Sampedro, J.L., y Taibo, C. (2006). Conversaciones sobre política, mercado y convivencia. Madrid: Catarata
(4) Villares, R. y Bahamonde, A. (2001) Mundo Contemporáneo. Siglos XIX y XX. Madrid: Taurus.
(5) Cotta, M.. (1988). Parlamentos y Representación. En Pasquino, G (ed). Manual de Ciencia Política. Madrid: Alianza Editorial. 
 
 

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