El mundo digital nos ofrece instrumentos que entran en consonancia con la búsqueda de relaciones más horizontales, igualitarias y democráticas. El conocimiento puede construirse colaborativamente, a través de la discusión razonada y la argumentación colectiva.
Uno de los proyectos más célebres de conocimiento colaborativo en Internet es la enciclopedia libre de Wikipedia. En ella podemos encontrar gran cantidad de contenidos que se han desarrollado a partir del control, la creación y la discusión de miles de usuarios anónimos, que contribuyen desinteresadamente a este proyecto común. La experiencia, el trabajo y las aportaciones van otorgando credibilidad a los autores/revisores/traductores de Wikipedia. Introducir un artículo resulta relativamente fácil siguiendo los manuales creados por los usuarios (también susceptibles de revisión y mejora). Sin embargo, se exige rigor tanto en la selección del tema como en la redacción y la presentación de fuentes fiables de información. Los patrulleros revisan las nuevas páginas y pueden solicitar su eliminación en caso de que no se ajuste con los principios de la enciclopedia o con la calidad exigida.
Mi primera incursión en Wikipedia se basó en la creación de un nuevo
artículo sobre Michael Apple, que fue eliminado al poco tiempo por ser
valorado como careciente de interés enciclopédico. Tras una solicitud de
restauración y una discusión en su defensa, el artículo fue trasladado a
una página personal para ser mejorado, especialmente en la obtención de
fuentes externas de información. Este es el resultado de las mejoras y
de las aportaciones de otros dos usuarios: Michael_Apple
En definitiva, tras mi brevísima experiencia en Wikipedia, considero que el principio más importante de este proyecto es el que conocimiento es abierto, está siempre sujeto a revisión y todos y todas podemos participar en su construcción. En esta colaboración y revisión colectiva reside la clave de su éxito.
lunes, 4 de junio de 2012
domingo, 3 de junio de 2012
El e-reader como soporte y como libro
El mundo de la lectura parece estar viviendo, si no una revolución, al menos un profundo cambio de forma progresiva. Con los últimos soportes de lectura, los e-readers o lectores electrónicos, se cambia el concepto del material físico que tomamos entre nuestras manos y del concepto de lo que es un libro.
Los e-readers presentan dos funciones básicas. Por un lado, nos permiten leer distintos tipos de textos (literatura, ensayos, artículos...) en un aparato que podemos transportar y manejar con facilidad. Por otro lado, los e-readers constituyen un almacén de textos, una verdadera biblioteca que podemos organizar según nuestros propios criterios, necesidades e intereses. En muy poco espacio podemos transportar una enorme cantidad de libros y revistas y acceder a ellos con unos simples movimientos.
Aunque todavía sentimos apego (y probablemente lo sigamos sintiendo) hacia el tacto y el olor del libro de papel, quizás la creciente importancia del mundo digital en nuestras vidas modifique nuestros afectos. Además del soporte físico, los propios textos cambian en los entornos digitales y, en un lector electrónico, pueden tener formas de organización diversa y mostrar con facilidad una convivencia entre la escritura y la imagen. Asimismo, pueden estar abiertos a una una actualización y una expansión (o reducción) permanentes.
Hay infinitos tipos de lectoras, lectores y lecturas. El abanico de posibilidades del e-reader le permite aproximarse a todos ellos y, en todo caso, en este momento en el que conviven dos soportes (puede que incompatibles, puede que no), debemos apropiarnos individual y colectivamente del nuevo y decidir cuál es el espacio que va a ocupar en nuestra cultura y nuestra lectura.
En mi situación particular, el libro de papel y el e-reader están en un periodo de convivencia. Todavía siento la necesidad de tener en papel las grandes obras de Dostoyevsky, Mann, Cortázar, García Márquez... Me da la sensación de que así se aseguran una mayor pervivencia en el tiempo y en mi vida. Lo otro me parece más frágil, más cambiante, más fácilmente eliminable. También me pasa que el lector electrónico del que dispongo no me permite trabajar con facilidad el texto (subrayar o tomar notas es posible, pero no tan cómodo como en papel), lo que me produce ciertas restricciones. Aun así, debo reconocer que la idea de llevar una biblioteca conmigo me produce una enorme satisfacción. El mundo digital me ofrece enorme cantidad de contenidos que entran en el lector electrónico y que anhelo leer, por lo que picoteo mucho de aquí y allá. Es demasiado, eso está claro, pues es muy fácil copiar y pegar y así me veo desbordado de lo que quiero y no puedo. Debo aceptar ese ritmo pausado, esa lentitud, ese asentamiento al conocer y al leer que sí que he podido alcanzar (tras mucho trabajo) con el libro de papel.
Los e-readers presentan dos funciones básicas. Por un lado, nos permiten leer distintos tipos de textos (literatura, ensayos, artículos...) en un aparato que podemos transportar y manejar con facilidad. Por otro lado, los e-readers constituyen un almacén de textos, una verdadera biblioteca que podemos organizar según nuestros propios criterios, necesidades e intereses. En muy poco espacio podemos transportar una enorme cantidad de libros y revistas y acceder a ellos con unos simples movimientos.
Aunque todavía sentimos apego (y probablemente lo sigamos sintiendo) hacia el tacto y el olor del libro de papel, quizás la creciente importancia del mundo digital en nuestras vidas modifique nuestros afectos. Además del soporte físico, los propios textos cambian en los entornos digitales y, en un lector electrónico, pueden tener formas de organización diversa y mostrar con facilidad una convivencia entre la escritura y la imagen. Asimismo, pueden estar abiertos a una una actualización y una expansión (o reducción) permanentes.
Hay infinitos tipos de lectoras, lectores y lecturas. El abanico de posibilidades del e-reader le permite aproximarse a todos ellos y, en todo caso, en este momento en el que conviven dos soportes (puede que incompatibles, puede que no), debemos apropiarnos individual y colectivamente del nuevo y decidir cuál es el espacio que va a ocupar en nuestra cultura y nuestra lectura.
En mi situación particular, el libro de papel y el e-reader están en un periodo de convivencia. Todavía siento la necesidad de tener en papel las grandes obras de Dostoyevsky, Mann, Cortázar, García Márquez... Me da la sensación de que así se aseguran una mayor pervivencia en el tiempo y en mi vida. Lo otro me parece más frágil, más cambiante, más fácilmente eliminable. También me pasa que el lector electrónico del que dispongo no me permite trabajar con facilidad el texto (subrayar o tomar notas es posible, pero no tan cómodo como en papel), lo que me produce ciertas restricciones. Aun así, debo reconocer que la idea de llevar una biblioteca conmigo me produce una enorme satisfacción. El mundo digital me ofrece enorme cantidad de contenidos que entran en el lector electrónico y que anhelo leer, por lo que picoteo mucho de aquí y allá. Es demasiado, eso está claro, pues es muy fácil copiar y pegar y así me veo desbordado de lo que quiero y no puedo. Debo aceptar ese ritmo pausado, esa lentitud, ese asentamiento al conocer y al leer que sí que he podido alcanzar (tras mucho trabajo) con el libro de papel.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)